A petición de Camilo Arteaga (@EpicuroDeSamos_ en twitter), y con el fin de apoyar su grandiosa labor, publicamos este artículo, que originalmente se encuentra en el sitio web contracara.com.co.
Saludo cordial a quien esté leyendo estas letras, deseando también que Ud y su familia se encuentren bien de salud en esta terrible pandemia, y si lamentablemente contrajeron el virus CoVid-19, que salgan victoriosos de tan dura prueba. Y en verdad es una prueba, tanto a nivel individual y colectivo, pues nos indaga sobre cuánta capacidad tenemos para abandonar esas prácticas tan arraigadas pero tan contraproducentes en nuestra cultura: El «sálvense quien pueda». Eso fue lo que nos enseñó el capitalismo y el neoliberalismo, a creer en la ilusión fantasiosa de que la felicidad individual está desarticulada de la felicidad colectiva y viceversa. La especie humana, como muchas otras que nos presenta el amplio catálogo de la vida, carga en el ADN su inmodificable carácter social, grupal, recíproco, retroalimentador, simbiótico, pues de otra forma le hubiese sido imposible haber recorrido su largo camino desde que sus ancestros habitaron los árboles de las sabanas subsaharianas y descendieron de ellos para asentarse en tierra firme hasta el sol de hoy, cuando, quizá más que nunca, ese intento terco y fallido por fracturar esas características inmutables, vuelve a pasarnos un altísimo cobro: La salud convertida en negocio privado para beneficio exclusivo de sus escasos dueños y en detrimento de las mayorías poblacionales es un gravísimo error que se configura ya como un acto criminal y genocida, toda vez que morirá un inmenso cúmulo de humanos huérfanos del poder económico, es decir, hay un grupo en especial de la sociedad a la cual golpea más despiadadamente la pandemia, una clasificación de personas en máximo riesgo, y ellos son los pobres. El gobierno es consciente de esto, pero no actúa, por tanto, le cabe toda responsabilidad por el delito de genocidio en categoría de omisión. Los sistemas de salud privatizados como el colombiano operan bajo las lógicas del capital, de las ganancias, del rendimiento económico. La salud de las personas se relega a segundos o terceros planos. Y hoy vemos sus efectos: Profesionales de la salud sin equipos médicos ni sanitarios, cubriéndose desesperadamente con bolsas de basura para «evitar» que el virus penetre en sus cuerpos; ignominiosos avales para la demolición de centros hospitalarios desdeñando el hecho de encontrarnos en plena pandemia; denuncias por ocultamiento de los datos reales de infectados, escasez en la toma de muestras, y hasta máquinas para esa tarea que resultan casualmente «dañadas», a las que ni siquiera puede caberles el plural, pues en este «paraíso» capitalista solo existía UNA máquina para tomar miles de pruebas al día, pese a todos los tributos que son recaudados con antelación e implacabilidad por el estado colombiano. El presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, al conocer la vergonzante situación, ofreció en donación dos máquinas provenientes de China, con la infausta y pasmosa respuesta del presidente Iván Duque: El rechazo.
¿Cómo es posible que un presidente de un país, quien tiene la obligación constitucional de velar por la vida y salud de sus compatriotas, rechace en medio de una crisis sanitaria de tales proporciones, los equipos para la detección del virus en la población? Es una pregunta que se hacen hasta los más desprevenidos sin encontrar respuesta satisfactoria. Una situación similar se vivió antes de ser detectado el primer portador del virus en territorio nacional: Un congresista del partido de gobierno sostuvo en los medios de comunicación que se debería coordinar el cierre de la amplia frontera con Venezuela directamente con el «presidente» (imaginario) Guaidó. Y días atrás de estas pintorescas declaraciones, los altos funcionarios de Duque, como la ministra de relaciones exteriores, le había pedido a ese mismo presidente imaginario que extradite a una prófuga de la justicia colombiana (Merlano).
¿Pero por qué el gobierno colombiano se empeña contra toda lógica en tales incoherencias? «Bruto», «inmaduro», «criminal», «orgulloso», «adolescente caprichoso», entre otros, son los calificativos que muchos vierten sobre Duque al ver sus necias actuaciones, y tal vez tengan razón, pero, en mi humilde opinión, se quedan cortas, y no en insultos, sino en el trasfondo, pues es evidente que nadie es tan bruto, ni tan irresponsable, ni tan falto de sentido común para persistir tan obstinadamente en ellas. Dicho esto, y luego de esta corta introducción, paso a formular una hipótesis (totalmente soportada en puntales fácticos) que explica en gran parte el inusual y criminal comportamiento de este gobierno en ese sentido y en muchos más, como el ataque constante al gobierno de Maduro, la pertinaz y enconada propaganda mediática en su contra (con o sin sustento) especialmente desde la prensa privada; las profusas amenazas de guerra a ese país que se lanzan desde los micrófonos del llamado «Centro Democrático», e incluso, el irrestricto, alocado e irresponsable apoyo a una muy probable invasión estadounidense a Venezuela, usando como plataforma militar nuestro territorio, y empujándonos a todos a una guerra de dimensiones insospechadas, pero a todas luces, terrible. ¿Es verdad que todos estos raros comportamientos responden solo a un rechazo de la dictadura de Maduro y a una genuina preocupación de Duque y de su mentor Uribe por el pueblo venezolano, como aseguran? ¿Los mismos que redoblan los tambores de guerra y entonan los cánticos de la muerte son los que están tan condolidos por el sufrimiento y la vida de los venezolanos? ¿El mismo acusado -con pruebas e indicios irrefutables- de los crímenes más atroces que puedan caber en los códigos penales del mundo, entre ellos, los de lesa humanidad, ahora está enternecido por la situación de ese pueblo?
Analicemos.
Nota importante: A través de esta lectura encontrará aparentes rupturas con el hilo conductor, pero obedecen a que he tomado extractos de distintos capítulos de un libro que estoy escribiendo y los he plegado con otros con el fin de contextualizarlos en un solo artículo (tal vez no de la mejor manera). Ofrezco disculpas de antemano por ello y espero que esta lectura aclarare sus inquietudes respecto a este importante tema, y si no, al menos que arroje luces que motiven a investigar por cuenta propia y de esa forma lleguen a zanjarse. Invito a dudar de todo lo que leen, incluso de estas líneas, pues en la medida del interés que cada quien posea por descubrir la verdad, será menos proclive a la manipulación mediática, que es el anzuelo predilecto de quienes tradicionalmente nos han sometido.
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