El decálogo propuesto por el alcalde de Cartagena, Dumek Turbay, y firmado por 70 periodistas que se comprometieron a hablar positivamente sobre su gestión y la ciudad, ha sido duramente criticado.
Según la periodista Laura Ardila Arrieta, "para comprometerse a hablar positivamente de Cartagena, léase de todo lo que haga el alcalde, está la oficina de comunicaciones de la Alcaldía, no los periodistas". Ardila defiende que el verdadero rol del periodismo es cuestionar, hacer preguntas incómodas y visibilizar lo que no funciona, en lugar de limitarse a seguir una narrativa oficial.
"Sólo le faltó a la Alcaldía poner: “Y no juraré en vano el santo nombre del alcalde Dumek Turbay”, para completar el carácter doctrinal y religioso del decálogo de periodismo"... dice Ardila en su columna escrita para El Espectador.
El alcalde ha mostrado, en varias ocasiones, su intolerancia a la crítica. Un ejemplo reciente fue su respuesta a una turista que denunció el cobro excesivo de los taxis, tildándola de mentirosa. Tras descubrirse que la mujer estaba en lo cierto, Turbay intentó presionarla a través de altos funcionarios, un acto que fue calificado como “acoso”.
Además, Turbay ha recurrido a tutelas para silenciar a periodistas que replican críticas, lo que pone en evidencia un intento por eliminar la oposición y el debate. Si bien la oposición a su gobierno no siempre está bien argumentada, lo que se está gestando en Cartagena es la anulación de cualquier disenso, una tendencia que recuerda lo sucedido en otras ciudades como Barranquilla.
Este autoritarismo, acompañado de prácticas opacas en algunos contratos, está construyendo un relato oficial que se aleja de la realidad. La falta de apertura al cuestionamiento pone en riesgo la libertad de prensa y el derecho a una información veraz.
En El Espectador puedes leer la columna completa "Las ínfulas de dictador del alcalde de Cartagena" escrita por Laura Ardila Arrieta.